
Cuando comenzó la pandemia de COVID-19, Cuba decidió no esperar al resto del mundo para desarrollar vacunas. El embargo económico de 60 años de Estados Unidos contra el país, que impide que los productos fabricados en Estados Unidos se exporten allí, dificultaría que Cuba adquiera vacunas y terapias, sabían investigadores y funcionarios. “Era mejor, para proteger a nuestra población, ser independientes”, dice Vicente Vérez Bencomo, director general del Instituto Finlay de Vacunas en La Habana.
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