Desde muy joven, inspirado por el designio de seguir «la estrella que ilumina y mata»,José Martí encarnó profundos sueños libertarios en su pensamiento y acción.
Nacido en cuna humilde, el Apóstol de la independencia no admitió el yugo de ningún condicionamiento y, a golpe de lucha, forjó la guerra redentora de su pueblo, el derecho a pensar y la justicia social en una dimensión incalculable.
Su incesante labor trascendió las fronteras de su tierra natal, para expresar con convicción los anhelos de esa porción expoliada del mundo que él llamó «Nuestra América».
Martí fue el escritor insigne, el orador cuya palabra llegó a convertirse en fuerza material, el insuperable dirigente y revolucionario que eligió la utilidad de la virtud por encima de beneficios individuales.
Él, cual heroico paladín de los destinos de sus semejantes, sintetizó y representó como nadie la herencia patriótica que le antecedió y fue, al mismo tiempo, generador de altos escalones en la construcción de una República digna, “con todos y para el bien de todos”.
Con la experiencia de una vida intensa, volcada en la lucha por el bien común y con llameante esperanza de porvenir, enfrentó la muerte el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, aquel cuya existencia fue una batalla sin desmayo.
Su altísima moral, decoro, honor, honradez a toda prueba, ejemplar conducta tanto pública como privada, y el carácter profético y visionario de sus ideas, lo convierten en un paradigma para las nuevas generaciones.
Hoy, a 120 años de su ascenso a la inmortalidad, ardiente y puro como una llama; renace y se enraíza en nuestros corazones, con su eticidad y espiritualidad sin par, el eterno adalid de «Nuestra América».
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